¿Peleamos por apuro?

Quizás la guerra no sea más que la negación del malentendido (la decisión de no intentar comunicarnos más). ¿Será que peleamos para no comunicarnos? Torpeza en el comunicarnos. ¿Será que peleamos porque creemos no saber amarnos? Los que se pelean se aman, era el dicho. ¿Será que peleamos porque no sabemos qué hacer con tanto amor? Torpeza en el amor. Amor, deseo de investigar, curiosidad por el otro… ¿Será que pelearnos es dar fin a la curiosidad? El combate, qué extraña manera de explorar un vínculo. ¿O será que peleamos para eliminar el vínculo? En principio, eliminar al otro, al peligroso, al que cuestiona lo que creemos ser. ¿Será que peleamos por vagancia? El diálogo, la empatía, la conjunción, esas cosas piden tiempo, tiempo para escuchar, tiempo para no saber, tiempo para olvidarse de la idea de que es necesario resolver. ¿Será que peleamos porque creemos no tener tiempo? ¿Será que peleamos por apuro? Apurados por resolver, tal vez con miedo a morir pronto, a que se nos acabe la fiesta, queremos sacarnos de encima los «problemas»: tal vez peleamos para apurar las cosas, cosas (personas) que no merecen más atención que la que pide un escopetazo… El escopetazo, una extraña forma del apuro. Apuro, ¿será que en ese apuro nos perdemos cosas? Por lo pronto, descubrir al otro, ese tan otro que de tan otro es enemigo. Enemigo, lo que no entiendo… Enemigo, lo que me toma demasiado tiempo… Ay, si dejo de pelear con ese otro, ¿qué voy a hacer? Dejar de pelear… ¿Podemos dejar de pelear? Esa podría ser la pregunta, si podemos dejar de pelear. El tema es: qué vértigo, ¿no? Porque si no peleamos, ¿qué hacemos? Además: ¿qué es pelear? ¿Qué modos, qué acciones, qué palabras, qué comportamientos incluimos en la bolsa de la palabra pelear? ¿Existe la lucha sin la palabra lucha? ¿Será que toda lucha es una lucha con el lenguaje?

Jada Sirkin, enero 2018