Cine consciente Vs Espectador consciente

Esta semana en el encuentro de Periplo, el taller de procesos creativos que estoy coordinando con Ingrid Scherf, alguien dijo algo así como “me cansé de lo de cine consciente, a mí me da consciencia Carrie”. Para los que no la conocen, Carrie es una película de terror de hace muchos años sobre una niña poseída o endemoniada, algo así, basada en una novela de Stephen King. Me dio mucha alegría escucharlo decir eso, y unos días después aún me queda resonando.

Desde hace un tiempo circula esta idea de un cine consciente, o un cine del despertar de la consciencia. Me pregunto si el hecho de elegir películas “conscientes” o del “despertar de la consciencia” implica que las películas no elegidas sean no-conscientes, o que no despiertan la consciencia…

Quedaría preguntarnos qué es la consciencia, qué es despertarla, y todo eso. Pero no sé si es el momento de irnos por ahí. En mi caso, empecé a usar la palabra estética en ese sentido, que es su sentido etimológico: estético es lo que despierta, en contraposición con anestético, que sería lo que duerme. Lo estético es lo que sensibiliza y abre la percepción.

Me pregunto ahora: ¿hay ciertas cosas que sensibilizan y despiertan y ciertas otras que no? ¿Hay películas que despiertan y otras que no? O… ¿no es más bien la actitud de quien toma la obra? Es decir, puedo usar un despertador para amanecer, o puedo usar la radio, o al gato que sé que a la mañana maúlla, o diseñar un sistema para que a las 7am un balde de agua fría caiga sobre el lecho. O puedo pedirle a un amigo que me llame, o a mi mamá, o puedo vivir junto a una panadería que a las 4am me despierta con el aroma de sus medialunas.

Es decir, puedo usar casi cualquier cosa para despertarme. Entonces, ¿por qué no usar Carrie? ¿Por qué no?

Hace poco posteé en facebook, un poco con ánimo pícaro y provocador, algo así: “¿alguien vio alguna película de amor despierto?”. Hubo muchas respuestas, y gracias al consejo de un amigo, vi por error una película maravillosa. El interés viene de que estuve viendo bastantes películas en las que percibí narraciones y personajes muy tomados por sus pasiones, casi sin ningún espacio para verse, para ver lo que les sucede, para respirar, para dudar.

Dos ejemplos, creo que las últimas películas que vi en cine, son Blue Jasmine, de Woody Allen, con la impresionante Cate Blanchet; y La vie d´Adele, del director Abdellatif Kechiche, con las impresionantes Adele Exarchopoulos y Léa Seydoux. Ambas películas me dejaron bastante inquieto al salir del cine. Al salir de Blue Jasmine, pensé: ella está totalmente tomada por su personaje, por su personaje social, por sus máscaras, por sus poses, no tiene espacio para darse cuenta ni un poco todo lo que está construyendo, toda esa gran pose que despliega y que la hace sufrir tanto… aunque hay un momento en la película en que ella habla por teléfono con un hombre que le gusta, y tras hacer toda una representación para seducirlo a él por teléfono, cuelga y por un instante afloja todo, soltando un mini llanto, como si dejara caer todo el cansancio y la tensión que le provoca su propia actuación. Es tremendo ese momento, y es tal vez el único momento de la película donde ella suelta, aunque sea por agotamiento y en soledad, la imagen que construye de sí misma.

En Adele, no recuerdo. Mientras veía la película me sentía muy incómodo, y me fui un minuto antes de que termine, pensando que aún quedarían unos 30 minutos más. Pasaron los días y la película volvía. Tiene momentos de una ternura enorme, y a la vez me inquietaba mucho que ella no tuviera el espacio para respirar un poco y ver lo que le pasaba. Creo que a eso me refería cuando decía “amor despierto”. No sé si hay un amor que no sea despierto, o que no sea un acto de despertar, de centrarse, como dice Osho, de alegrarse. No sé si los personajes de estas películas son conscientes o inconscientes. No sé si existe ser consciente o inconsciente, no sé si existen grados de consciencia. Tal vez sí existen grados de identificación personal con situaciones, pensamientos y emociones. Y desde un punto de vista algo budista, tanto Adele como Jasmine están bastante bastante identificadas, al parecer, con lo que creen sobre ellas mismas y sobre las situaciones que están viviendo. Tal vez un soplo de duda, una grieta, eso es lo que pido, lo que me hace bien. Siempre recuerdo una escena de Twin Peaks, la miniserie de David Lynch, en la que Donna, tras la muerte de su mejor amiga Laura Palmer, le dice a su mamá “no sé qué sentir.” Ese pasmo, ese descoloque, esa duda sobre dónde pararse en emoción y pensamiento, me trae mucha frescura.

La película en sí como hecho estético puede funcionar como ese paso atrás, esa toma de distancia de las cosas, de las situaciones, de los dramas humanos. Me pregunto si es necesario que los personajes dentro de la ficción puedan detener su drama interno, al menos un segundo, para percibir que su drama es una construcción, y que sus crisis son una oportunidad de crecimiento. Vivimos, creo, con la idea de que dejar de sufrir haría de la vida una experiencia aburrida y sosa. Creo que algo de esa idea nos ata –o me ata, hablo por mí- al drama: el drama tira, el drama pide atención, y el drama es bello, y el drama puede despertar.

Si los personajes no pueden reparar en que son personajes de un drama, al menos la película que los mira puede hacerlo. Ahora bien, ¿qué nos sucede como espectadores de estos dramas? ¿Cómo nos sentimos a la salida de los cines? ¿Cómo nos sentimos cuando vemos una película dramática? ¿Y una cómica? Creo que la comedia tiene más claramente esta intención de despertar: la comedia nos deja ver. La mirada de la comedia nos permite dar un paso atrás para reírnos de lo que somos, o más bien de lo que creemos ser, o de lo que queremos ser. El humor tiene ese poder. Nos devuelve la respiración, cuando la angustia nos cierra el pecho.

Qué bien que tenemos esa capacidad misteriosa de reírnos de cualquier cosa.

Y volviendo al tema inicial, me pregunto cuánto hay de intención por parte de los creadores de las películas, y cuánto hay de parte del espectador que se encuentra de manera inevitablemente creativa con ese material que le habla un lenguaje que podría ser interpretado casi de cualquier manera. Hubo un día hace muchos años que me prometí no ver más películas de terror, porque me hacían daño… creía. Pero las películas –como las personas-, ¿tienen la posibilidad de dañarnos? ¿O es nuestra forma de usarlas para dañarnos a nosotros mismos? Freddy, el de las garras de acero que mataba en sueños, fue quien me colmó de terror. Hoy me pregunto si puedo ver una película de terror con las luces encendidas, un mate, amigos, y reírnos de las pesadillas, los payasos asesinos, los cementerios de animales… (Noten que me quedé con las pelis de los 90, no tengo idea qué pasó con el terror en este nuevo siglo).

Pero bueno, cuestión que Carrie puede despertar nuestra consciencia. Todo dependería, al parecer, de si miramos la película de la vida a oscuras o con alguna luz encendida, o con alguien que nos de la mano un rato, o pochoclo y esas alegrías del mundo del cine, que convierten la experiencia en un juego, también un juego.

¿Por qué decimos que hay películas pochocleras? ¿Es que hay películas no-pochocleras? ¿Qué queremos decir cuando decimos “película pochoclera”? ¿Que es superficial, y sólo la usamos para divertirnos un rato? ¿Es la diversión algo superficial? ¿Es pasar un buen rato una banalidad? ¿Hay experiencias más profundas? ¿Qué queremos decir cuando decimos que tal película es “profunda”? Tal vez indicamos que toca lugares internos, que nos conmueve, que nos hace reflexionar, etc… Mi pregunta es si esa es una propiedad de la película en sí, o si es más bien una actitud del que se encuentra con el viaje. O una combinación de las dos cosas.

Es decir, la intención de los creadores ha de tener algún efecto en los tomadores, las personas que toman la obra, pero no es lo único que determina el nivel de la experiencia… A propósito, digo “tomar”, en lugar de “recibir”. Es una enseñanza del vocabulario y la sabiduría de la terapia de constelaciones familiares, donde no se habla de recibir sino de tomar. Recibir da cuenta de algo pasivo, mientras que tomar da cuenta de algo más activo: avanzo para tomar lo que me es dado. Salgo de mi lugar cómodo de espectador inmóvil y me lanzo hacia la pantalla, con mis propias intenciones y verdades. Eso me da poder, me da el poder de usar cualquier experiencia en beneficio de mi propio despertar, de mi vida, de mi sensibilización, de mi crecimiento personal.

¿Quién arma las páginas web de cine consciente? Me parece que son más bien espectadores. Igual hay también en la realización la intención de hacer un cine en favor de la consciencia humana. Y esa intención va creando redes, y la intención misma es lo que finalmente determina que algo sea beneficioso. Abro la ceremonia con una declaración de intenciones, y ese decreto convierte la experiencia en una experiencia consciente. A lo que voy es a que podemos declarar cualquier experiencia como una experiencia consciente, y usar cualquier cosa en favor de nuestra consciencia. Como Carrie.

Sí, voy a dejar de pedirle al cine que sea consciente, y voy a ser consciente yo. Tal vez el cine es como un niño, o como un animal, o como una planta. No puedo pedirle que me de lo que no le doy. Y cuando voy al teatro, dejaré de pedirle al teatro que me de placer y riqueza y sabiduría, y decidiré yo tener una experiencia placentera, rica y sabia. Y cuando vaya a una fiesta, dejaré de esperar que la fiesta me enfieste, y seré mi propia fiesta. Esta es mi declaración de intenciones. Intentaré recordarla dentro de un rato, cuando esté lejos de estas palabras, y la vida y el día me desafíen con sus nubes.

Jada Sirkin, Buenos Aires, 23 de mayo 2014.

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